Franco y salazar
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La crisis final del sistema liberal peninsular desembocó en una larga noche autoritaria. Las dictaduras de Franco y Salazar tuvieron una inusitada vigencia en el tiempo, sobreviviendo a muy distintas fases del sistema internacional. Ambos dictadores ejercieron el poder de forma vitalicia y los dos impregnaron el imaginario político de ambos países con tal fuerza que su memoria sigue claramente presente en el debate público español y portugués. Y lo hicieron articulando dos dictaduras muy semejantes y muy diferentes a la vez: una civilista, aunque basada en el factor poder de las Fuerzas Armadas; la otra, típicamente militar; una, conformada de forma relativamente consensual tras un golpe militar incapaz de ofrecer una solución real al fracaso de la República del partido democrático; la otra impuesta sobre la base de una victoria militar tras la guerra civil y la voluntad de construir la España de los vencedores sobre los vencidos; una, edificada sobre una base constitucional anulada, en buena medida, por la práctica política; la otra, basada en un limitado conjunto de Leyes Fundamentales y en la acumulación del poder en las manos de Franco; una, inmóvil ante los desafíos de la modernidad; y otra que siempre ensayó fórmulas de modernización ya fuera a través de unos fundamentos autárquico, de inserción en la maquinaria de guerra alemana, o de inserción en la economía capitalista mundial.
Ambas dictaduras católicas, antiliberales y antiparlamentarias tuvieron una aguda percepción de interdependencia, de necesitarse mutuamente para sobrevivir. Lo hicieron desde una compleja posición de apoyo y comprensión mutua que, sin duda, abrió un nuevo y decisivo tiempo histórico en las relaciones entre España y Portugal, al acabar con ese fantasma del iberismo que, desde hacía muchas décadas atrás, había alimentado una relación de indudable conflicto estructural entre los dos países.
Ambas dictaduras católicas, antiliberales y antiparlamentarias tuvieron una aguda percepción de interdependencia, de necesitarse mutuamente para sobrevivir. Lo hicieron desde una compleja posición de apoyo y comprensión mutua que, sin duda, abrió un nuevo y decisivo tiempo histórico en las relaciones entre España y Portugal, al acabar con ese fantasma del iberismo que, desde hacía muchas décadas atrás, había alimentado una relación de indudable conflicto estructural entre los dos países.
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