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Cinco notas para una apuesta municipalista

Las movilizaciones sociales que de forma masiva vienen produciéndose desde hace más de tres años han transformado ampliamente los modos de hacer política desde abajo. Si tomamos como punto de referencia el 15 de mayo de 2011 es porque un nuevo ciclo del luchas se abre con la toma de las plazas, un nuevo ciclo de luchas que en el escaso tiempo que lleva activo ha mutado con una rapidez inusitada, siendo capaz de crear formas hasta entonces sólo intuidas, a veces incluso del todo ignoradas, de intervención sobre la realidad y sobre nuestras vidas. No sólo las metodologías han ido cambiando y precisándose, sino que también los frentes se han multiplicado, yendo más allá de las iniciales propuestas que emergieran de las plazas. Las Mareas, como formas de organización ciudadana y sindical, son un muy buen ejemplo de ello. El vuelco electoral que ha comenzado a explicitarse en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo también.

Por otro lado, la crisis capitalista en la que nos encontramos hace tiempo que ha trascendido el marco de lo puramente económico para convertirse en una profunda crisis de régimen. Las instituciones aún vigentes han perdido toda legitimidad ante la mirada crítica de una ciudadanía capaz de expresar y compartir sus deseos de autogobierno y de profundización democrática. Los modelos de estado y de organización económica surgidos de los pactos del 78 se revelan al los ojos de muchos como lo que son, cadáveres de otro tiempo que nos vemos obligados a cargar sobre nuestras espaldas. Su tiempo se ha cerrado. Es hora de iniciar una nueva andadura. Y esto no podemos hacerlo sino con lo que ya tenemos y con lo que, sobre el camino, podamos inventar.

Del régimen emanado de la mal llamada Transición se puede decir lo mismo que del representante de la dictadura que lo precedió: ha muerto. Gracias a la amplia movilización social el proceso de descomposición del cadáver se ha demostrado sólo cuestión de tiempo. Y ya empieza a oler mal. Los profesionales de la política y los detentadores del dinero lo saben también como nosotras. Desde arriba se están introduciendo importantes modificaciones en el marco de convivencia que, al tiempo que promueven la desposesión de los que menos tienen y un mayor control de las poblaciones, todo ello a favor de las minorías acaudaladas, fingen garantizar la continuidad del difunto régimen del 78.

Ante esta tesitura, la ocasión parece propicia para, inspirándonos en la experiencia del 15M, pero también en la de las PAHs y la de las Mareas o la de las Marchas, impulsar el proceso que nos libere de cargar con un cadáver maloliente e instituir el marco social, político y económico que nos merecemos todas. Sin duda, el reto no es un reto menor. Exige la reelaboración del marco institucional y de derechos, tanto sociales, como políticos y económicos; pero consideramos que la oportunidad está dada y que aprovecharla sólo dependerá de la capacidad que, entre todas, tengamos de hacer realidad el deseo compartido de democracia.

Es en este marco donde se inserta la apuesta municipalista: tomar los ayuntamientos no para gestionar sino para hacer política, tomar los ayuntamientos no para representar sino para construir más democracia. Generar desde abajo, entre todas y para beneficio de todas una alternativa es el único modo efectivo que tenemos de bloquear las alternativas impuestas desde arriba y para beneficio de los de arriba. La democracia, si ha de ser el gobierno de todos y para todos, habrá de incluir en su proceso de construcción a capas cada vez más amplias de la población. A partir de aquí parece oportuno tratar de comenzar a definir algunos puntos desde los cuales asentar el dispositivo desde el que asaltar los ayuntamientos para mejor abrirlos a la democracia.

1. La toma de los ayuntamientos no debe en ningún caso significar la mera sustitución de unas personas por otras, ni aún siquiera cuando las entrantes tenga una ideología diferente de las salientes. La apuesta municipalista no consiste en cambiar a quienes ocupan los cargos. Tomar los ayuntamientos ha de suponer transformarlos, suspendiendo la lógica de la representación hasta ahora en funcionamiento y quebrando la separación entre gobernantes y gobernados. En ese sentido, los ayuntamientos democráticos han de aparecer, precisamente, como el experimento de una nueva institucionalidad democrática. Así, cualquier política que se proponga reinventar la democracia local tiene que considerarse como un proyecto de cambio institucional. Algunas medidas que irían en esta dirección serían:

  • Imposición de plenos abiertos, total transparencia de las decisiones y tribunales ciudadanos de cuentas públicas.
  • Control estricto de los representante electos y reducción al mínimo de aquellos que no resulten estrictamente necesarios con el objetivo de que el gobierno municipal quede reducido a la mera administración y la decisión política convertida en un ejercicio público, colectivo y democrático.
  • Instauración de mecanismos de decisión y elección directa sobre los principales ámbitos de competencia municipal.
  • Implementación de sistemas de decisión donde se incluya la posibilidad de participación individual y colectiva por medios tanto analógicos como digitales.

2. La apuesta consiste en tomar los ayuntamientos no para gestionar y representar sino para hacer política y democracia. La apuesta municipalista considera la política como ejercicio colectivo que empuja la transformación y no como práctica orientada a la conservación del poder. Por eso tomar los ayuntamientos implica ante todo transformarlos, supone aceptar el reto de la revolución política, y por ende fuertes dosis de insumisión al actual ordenamiento institucional. En este marco se inscribirían cuestiones como la auditoría de la deuda municipal o la recuperación de los bienes públicos y comunes expropiados en forma de ventas, externalizaciones y partenariados público-­privados.

3. La apuesta municipalista ha de ser federalista. La fuerza del municipalismo se asienta no sólo sobre la condición ejemplarizante de cada experiencia, sino, más importante incluso, sobre la posibilidad de la articulación en un movimiento contra-institucional capaz de generar una profunda transformación en las estructuras políticas. Sólo así la apuesta municipal puede servir a la profundización democrática generalizada. Algunas líneas que apuntan a esta transformación institucional son:

La promoción de una nueva ley municipal que reconozca en toda su amplitud el principio de autonomía municipal y la descentralización de todas las competencias que sea posible desarrollar a escala municipal. Igualmente deberá quedar establecida y garantizada la financiación suficiente para el desarrollo de los servicios y competencias municipales, sin perjuicio de la equidad y del necesario reparto de la riqueza territorial.
El reconocimiento del principio de subsidiariedad allá donde se pueda. Se trata de conseguir que los niveles administrativos superiores al municipio queden supeditados a la decisión de los propios municipios, de tal modo que la línea de mando y de estructuración de la administración se construya de abajo a arriba y no de arriba abajo. De esta forma, el ámbito de decisión central y primero tenderá a ser el municipal, siendo sólo competencia de ámbitos superiores aquellos servicios y decisiones que no sea posible resolver a escala de los municipios. La nueva arquitectura institucional se podría así comprender como una vasta federación de municipios, en la que los órganos centralizados de decisión estarán siempre sometidos a control y supervisión municipal.
Entre las federaciones de municipios que compongan las regiones y los Estados existirá un compromiso de reparto y equidad en el acceso a los servicios y los derechos que deberán ser garantizados por los niveles de gobierno superiores.

4. La apuesta por el municipalismo es también una apuesta por la economía democrática de base municipal. En el contexto de la globalización, en el que la cadena de producción se ha desligado, en muchos casos, de pequeñas unidades territoriales que le servirían de referencia, sin embargo, muchas actividades y servicios se pueden seguir desarrollando y organizando a nivel municipal, sentando las bases para una transformación económica de dimensiones más amplias. En ese sentido, tanto la recuperación de los bienes comunes como el desarrollo de un tejido de matriz cooperativa encargado de su gestión resultan claves para el desarrollo de una economía democrática de base local.

5. La apuesta municipalista es, ante todo, una apuesta por la intensificación y desarrollo del movimiento que está en su base, que son su motor. La democracia no puede ni debe ser reducida a una simple metodología o quedar congelada en una forma institucional estanca. El proceso de democratización requiere de una renovación continuada de los objetivos y las prácticas, perfeccionando los mecanismos de autogobierno desde abajo y al margen de las instituciones. Históricamente conocemos muchas experiencias en las que un inicial impulso democrático, víctima de su propio éxito, al alcanzar posiciones de gobierno, queda asimilado en el interior de las instituciones. Esta integración en el seno de las estructuras políticas ha conllevado en demasiadas ocasiones a la desactivación de los propios movimientos, al perder estos su autonomía. Frente a estas derivas, la apuesta por la democracia local requiere de la reapertura constante de la crítica, así como de una reevaluación de los medios y de las garantías que aseguren que el proceso no quede restringido ni encerrado en la lógica institucional ni el gobierno local.

Movimiento por la Democracia de Zaragoza | Publicado en AraInfo (10 de julio, 2014)

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