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'A un paso', exposición fotográfica de Vera Benavente sobre el campamento de refugiadas de Calais

La fotógrafa zaragozana Vera Benavente expone en La Pantera Rossa del 1 al 30 de junio de 2016 su colección fotográfica sobre el campamento de refugiadas de Calais titulada "A un paso".

La jungla de Calais, su nombre no es fruto de la casualidad. Es salvaje, impera la ley del más fuerte

A menos de tres horas del corazón de París y a otras tres horas de Londres, en las afueras de Calais, se emplaza el mayor campamento de refugiados de Francia. Allí viven alrededor de 5.800 personas, en su mayoría procedentes de Afganistán, Pakistán, Sudán y Siria.

Esperan el momento para cruzar el Canal de la Mancha y comenzar una nueva vida, lejos de las guerras, persecuciones y miseria de las que escapan.

Pese a la creencia de muchas personas, el campamento de refugiadas de Calais no ha sido desalojado, ha sido moficiado tras la orden de la prefectura de la ciudad, pero como tal existe y seguirá existiendo. Quisiera que se tenga siempre presente cuando se piensa en Calais este dato, está muy y demasiado cerca de Inglaterra, muy cerca pero no lo suficiente.

El campamento se encuentra a la vera de un bosque y sobre los restos de un antiguo basurero. Queda a cinco minutos del centro de la ciudad de Calais, a la salida de la autopista que conduce a Dunkerque y al costado del acceso al túnel que une Francia con Inglaterra. La entrada está flanqueada por un camión de la policía francesa y un grafiti de Bansky en el que se ve a un hombre cargar con una mochila en sus hombros en medio de un inmenso cartel que dice "London's Calling".

La entrada del campamento está a la vera de la autopista que une Calais con Dunkerque. Siempre hay un coche de la policía que vigila el ingreso.

A primera vista, se ven unas pocas casillas de madera en las que se improvisaron restaurantes y despensas, en las que se pueden comprar desde un cepillo de dientes hasta chocolates y papas fritas. Una garrafa de gas, fundamental para poder calentarse un té o cenar a la noche, cuesta desde tres euros la lata más pequeña.

En el campamento, el agua potable se consigue en unos sumideros, la electricidad se obtienen haciendo uso unos generadores que se cortan cuando llueve y la cocina se hace con esas garrafas que a veces fallan y explotan. Darse una ducha es un privilegio diario de tres minutos, reglado con cronómetro en una zona especial.

Las casas, que no son más que casillas de madera o carpas, no siguen un orden y las personas que viven ahí dentro duermen en bolsas de dormir o colchones desparramados, completamente hacinados. De un lado, están los afganos y paquistaníes. Del otro, sudaneses, eritreos y otros países de África. Sobre una especie de colina, se encuentra un grupo de sirios. Más allá, iraníes, iraquíes y turcos. Están dispersos y, a su vez, agrupados de acuerdo con su procedencia.

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